Dentro de la pintura hay diversos géneros, todos con su propio grado de dificultad y con el aprendizaje necesario que hay que realizar para poder decir que sabemos pintarlos, que sabemos expresar aquello que vemos, sentimos y relacionamos con una idea. Un paisaje, como toda la pintura, puede comunicar muchas cosas, puede trasportarnos a una cordillera, al cráter furioso de un volcán o a un bosque que pareciera inexistente por la cantidad nula de viajeros que han pisado su tierra; puede ser una representación exacta de una imagen que hemos visto o podemos agregar los detalles que consideramos lo harían más atractivo pero en si, ¿qué podemos hacerle a un paisaje natural ya sea urbano o rural para mejorarlo?
Esta es una lección que hasta poco comencé a comprender pues nunca había considerado que pudiera pintar paisajes, la imagen que pongo es de mis primeros intentos pero fue tan solo un ensayo, en muchos años no volví a sentirme lo suficientemente listo como para poder ver la naturaleza a mi alrededor y ponerla en el canvas, fue hasta hace dos años que me invitaron a pintar una montaña famosa de mi región en que entré de nuevo a este género y ahora creo que los paisajes no pueden ser mejorados pero más bien, nuestra responsabilidad como pintores es hacer que otras personas puedan comprender lo que sentimos, lo que vivimos cuando fuimos a esos lugares recónditos, después de horas de caminata, con el caballete a nuestras espaldas, cansados, el oxígeno faltante a nuestros pulmones pero vivos, con el pincel en la mano, el óleo preparado y la mente clara.
El contar con la habilidad de expresar una idea con base a una imagen o algo que está frente a nuestros ojos, vivo y presente es quizás una de las habilidades más díficiles de adquirir como pintores, como creadores, como artistas.